Cuando nuestro Señor,
el Gran Hermano de la raza, se sumergió en el tiempo para que nosotros aprendiéramos
otra lección del gran Libro de la Vida, el mensajero llegó todo brillante en
las tinieblas de la noche, en el frío del invierno, cuando la vida física se
retrae, y comandó la nueva revelación de otro aspecto del Amor que en el hombre
se hacía demasiado fuerte para que lo pudiera soportar. Pero los hombres
estaban terriblemente asustados de la Luz y los Ángeles, de modo que en lugar
de sentir alegría y felicidad, tuvieron que ser advertidos de no atemorizarse
ante la Paz y la Benevolencia que vendrían a ellos. Ante estas nuevas,
escucharon y doblaron sus rodillas, los ojos bajos, para asegurarse de la
tierra segura que, ellos sabían, estaba bajo sus pies, pues sólo así se sentían
seguros. Ahora la tierra sobre la que vivían y les daba alimentos en abundancia
tenía muchas hierbas para la sanación, pero debían encontrarlas por sí mismos.
Los sabios Hermanos
de la raza que desde hace mucho tiempo habían recibido las jubilosas noticias de
las estrellas sobre estas hierbas, esas verdaderas amigas del hombre, que
contienen poderes para su curación, encontraron a los Doce Curadores a través
de la virtud de los Cuatro Ayudantes.
Los Cuatro Ayudantes, eran
la fe en un mundo mejor que esperaban obtener algún día, ahora reflejado
en la flamígera Aulaga (Gorse).
La perseverancia del Roble albar (Oak) que enfrenta a todas las tempestades, ofreciendo
cobijo y sostén a los seres más débiles.
La voluntariedad de servicio del Brezo (Heather), feliz de cubrir con su
simple belleza los espacios azotados por el viento,
y los puros manantiales que surgen de las rocas (Rock Watter), trayendo brillantez y
refresco a los heridos y contusos tras la batalla.